POPULISMO Y DEMOCRACIA
El populismo como base ideológica se acrecentó el siglo pasado en Europa, específicamente en Rusia. Con el idealismo de “ir hacia el pueblo” y “lo que quiere el pueblo”, se fue desarrollando una corriente democrática válida que respondía a los intereses propios de las masas sin voz.
Este fenómeno político social dio inicio a diferentes plataformas políticas que la hicieron suya en nombre y en acción, tanto en la derecha como en la izquierda, dependiendo de su propia visión, creencia y entendimiento sobre lo que quería y demandaba el pueblo y las mayorías.
El pensamiento populista fue fundamental para el cambio progresista en Estados Unidos y clave en el ejercicio sindicalista de Europa occidental en el siglo XX
Hacia finales de los setenta, en pleno auge de dictaduras militares, especialmente en América Latina, el término populista ya estaba firmemente definido, lo que fue decaído en el fundamento peyorativo vinculado a la demagogia y al simplismo de la exageración.
Estratégicamente y también por una deformación individual de caudillos extremistas, se le agregó al discurso populista, el perseguimiento y la acusación al adversario político. Lo que expandió la connotación también hacia “rivales” de otros ámbitos, como las élites empresariales y los grupos de poder en la sociedad.
SU RELACIÓN CON LA DEMOCRACIA
El sentido populista en ciertas ocasiones o coyunturas, es una derivación del radicalismo político y social, justificado en estructuras democráticas poco sólidas, con instituciones febles que no responden a la ciudadanía. En esa base sistémica, el populismo discurre y adhiere simpatías. Como en el Perú y muchos países de nuestra región.
Entonces ¿Es democrático el populismo? Al respecto el filósofo alemán Jürgen Habermas, propulsor de la democracia deliberativa, defiende la posición populista del individuo de abajo, es decir de la deliberación propiamente como esfera de lo público, en que se aspira a tener un espacio de debate racional entre ciudadanos iguales sustentada en la cosmovisión propia, lo que le dificulta considerar honestamente los argumentos contrarios y a cambiar de opinión. Pero democráticamente válido, porque se expresa. Bajo ese fundamento, el populismo en participativo, y en teoría es democrático.
Para el académico español Pablo Castaño, el populismo es compatible con la democracia y refuerza su dimensión participativa, pero el populismo presenta ciertas tensiones con el pluralismo político y adopta formas específicas en cada caso. Sugiere una investigación comparada sistemática sobre actores populistas y no populistas para identificar mejor las características distintivas del populismo.
Su definición resalta una variante importante que no está de por sí consolidado en la concepción populista: El pluralismo. Lo que hace debatible su naturaleza democrática.
Nos encontramos con dos ideas diferentes sobre el populismo. Por un lado, es totalmente legítima y democrática, y por otro, dependiendo de las circunstancias, afecta el pluralismo esencial para determinar una total y completa esencia democrática.
Ahora bien, el populismo no siempre es propositivo y premeditado, sino que a veces surge por defecto ante otras circunstancias que la construyen.
Por ejemplo, una de las más grandes críticas que tiene nuestro actual Congreso de la República es que es populista. Sin embargo, es sustentado explicar que su populismo emerge no solo por las situaciones ya expuestas, sino además por otras circunstancias políticas que fortalecen la idea del populismo, las cuales parten de muchas aristas, como la corrupción, crisis de los partidos políticos, Poder Ejecutivo sin presencia en el parlamento, desconfianza de la ciudadanía, entre muchos más que analizaremos en otro artículo.
El populismo puede distinguirse en la medida que promueva la participación de todos los individuos organizados, manteniendo propuestas alturadas y viables que construyan sociedades. Si cae en el engaño y la patraña se denigra. Entonces se vulneran las libertades, y por ende, la democracia.
Cicerón decía: “La libertad no consiste en tener un buen amo, sino en no tenerlo”
No necesitamos amos, ni mesías, ni caudillos; necesitamos lideres honestos en sus convicciones que se sostengan en partidos políticos u organizaciones sólidas, representando dignamente a su electorado, sea cual fuere su demanda.